Cuando
saltaba a la grama de cualquier estadio cubano y extrafronteras, los ojos iban
hacia él, cual relampagueante centella en pleno crepúsculo. Desde muy joven su
vida dejó de ser propia para convertirse en parte indiscutible de la sana
farándula beisbolera de su país, hasta alcanzar la cima. Los niños les seguían
la pista, querían ser como él. Los jóvenes envidiaban con cariño sus
cualidades, los mayores colmaban los estadios para verlo jugar y los ancianos
se refugiaban en los “viejos tiempos”, los de Dihigo, Torriente, Roberto
Ortiz o el mismísimo Miñoso. A nadie fue indiferente aquel muchachito que un
buen día llegó a la vida con sangre beisbolera.
Así
sucesivamente, hasta llegar a uno de los jugadores inmarcesibles del béisbol
cubano, quizás quien más haya brillado en nuestras autóctonas Series
Nacionales. Omar Linares
Izquierdo
nació de Panchita y Fidel, el 23 de octubre de 1967, en San Juan y
Martínez, una tierra tabacalera de excelencia. Con apenas quince años, aquel
muchacho de apellido ilustre, dio sus primeros pasos en la pelota organizada
cubana. Así lo recordaría su padre, el inolvidable zurdo Fidel Linares:
Siempre
fue un muchacho inquieto, muy inquieto en el juego con los muchachos. La madre
tenía que estarlo buscando, se perdía por ahí. Una vez les dije que iba a
llevarlos al río para que aprendieran a nadar y cuando lo hice, ya sabían
hacerlo, me pasaron por el lado nadando. Les dije: –¿Pero dónde ustedes
aprendieron a nadar? Y me dijeron: –Aquí mismo, en el arroyito que está por
aquí.[1]
Un
día inquirí sobre la correlación filial Fidel-Omar-Juan Carlos, y cual niño que
acaricia un preciado tesoro, confesó:
Para
mí la pelota es lo máximo, porque en primer lugar he logrado mantenerme como
fue mi papá, con la disciplina y la dedicación con la que él jugó. Pienso que
mi hermano y yo hemos logrado eso y él se sentía muy contento con nuestros
resultados deportivos, con las responsabilidades que nosotros hemos sabido
llevar a cabo en nuestras carreras.[2]
Un
bateador excepcional como Ted Williams, tiene garantizado su paso a la
posteridad. Fildeadores al estilo de Brooks Robinson en las Mayores, Willie
Miranda en la Liga Profesional Cubana, o el industrialista Germán Mesa, es un
cheque al portador. Si ese jugador es veloz y batea bien, puede darse el lujo
de tener imperfecciones o, con inteligencia, suplir problemas técnicos. Si
reúne varios requisitos -aunque esté limitado en otros-, puede destacarse.
Ahora
bien, si usted tiene delante a quien batea por encima de los .400 en seis
temporadas nacionales e infinidad de internacionales, defiende con maestría y
de desplazamientos felinos, posee un brazo poderoso, capaz de hacer outs
en territorios vedados a muchos, que puede tocar la bola y volar hacia primera,
es rapidísimo en el corrido del cuadro, donde alcanza bases extras
sistemáticamente; disfruta de buena inteligencia y es capaz de llevar la
esférica hasta los 500 pies de home con bate de madera, entonces solo
puede tener un nombre: Omar, conocido dentro y fuera de Cuba como El Niño
Linares.
Cuando vi ese tiempo
me pregunté cómo ese muchachito era tan rápido. Desde que lo vi pensé que tenía
un gran futuro, porque el factor velocidad es determinante y tenía esa virtud.[3]
Muchacho
aún, el creativo Bobby Salamanca lo bautizó como El Niño Linares,
quien pronto sería asediado por los scouts de todas las organizaciones
profesionales, en especial por las Grandes Ligas norteamericanas. Se
escuchaban cifras imponentes, llegó a hablarse de cuarenta millones, y más. A
todos nos hubiera alegrado verlo en el máximo nivel, pero las condiciones no
estaban creadas, y optó por continuar en su país.
La
primera oferta que recibí fue en 1982, si mal no recuerdo, hace mucho tiempo de
eso. Me ofrecieron jugar en Grandes Ligas, pero no recuerdo nada del precio,
creo que se lo dijeron a Pineda. Todos los años ofrecían mucho. Recuerdo que en
Atlanta, en los Juegos Olímpicos, me querían dar veintiséis millones por jugar
cuatro años. Anteriormente, en varias ocasiones, me habían ofrecido cheques en
blanco, ofertas de un millón solo por firmar, todas esas cosas (…) Con el
dinero hubiera tenido todo lo material, pero no hubiera tenido lo que tengo
ahora.[4]
En
más de quince años con la Selección Nacional, conquistó todos los títulos que
otorga la Federación Internacional de Béisbol (IBAF). En ellos se incluyen dos
medallas de oro olímpicas (Barcelona 1992 y Atlanta 1996) y una de plata en los
Juegos de la XXVII Olimpiada, celebrados en la ciudad australiana de Sydney, en
septiembre del 2000.
Por
su trayectoria deportiva y calidad extraclase, fue seleccionado en varias
ocasiones El Deportista del Año en Cuba, y electo entre los Diez Más Destacados
del Siglo XX. Semejante aval pocos pueden lucirlo, es reconocido a escala
mundial.
Para
que se tenga una idea de su talla y prestigio como pelotero, reseñamos lo
expresado por Robin Ventura, la famosa tercera base de los Medias Blancas de
Chicago en el béisbol de las Grandes Ligas, cuando un entrevistador lo calificó
como el mejor antesalista del mundo. Ventura, quien jugó en el equipo de
los Estados Unidos frente al de Cuba cuando era amateur y entonces
conoció a Omar dijo: ‘Considero que en estos momentos ningún antesalista
sobresale tanto como yo en Grandes Ligas. Pero no me considero el mejor del
mundo. El mejor lo es el cubano Omar Linares, que batea, fildea y corre más que
yo. Si lo duda, le sugiero que viaje a Cuba para que lo compruebe’. Buen
espíritu de Ventura en el deporte y justa valoración de Omar, el Señor Linares.[5]
Era
una garantía para cualquier director tener en la alineación a un hombre como
Omar, quien jamás fue expulsado del terreno, como tampoco sucedió con Fidel ni
Juan Carlos, el hermano, otro que bien bailó en el béisbol vueltabajero y de
toda Cuba, aunque se haya desarrollado a la sombra de Omar.
Fue
tan grande la carrera de El Niño, que arrastra mitos convertidos en
leyendas. Algún día la gente recordará que hubo muchos buenos y, entre todos,
elegirá a Omar, como sucede con Martín Dihigo, a quien pocos de los que hoy
viven pudieron observar en el terreno, por la edad y la escasez de medios de
comunicación. Así se forman los mitos, y él es uno de ellos, como Casanova, a
quien nadie quitará el título de más completo.
Veamos
cómo lo admiró uno de los más grandes de cualquier época, segundo jonronero,
primero en impulsadas, slugging buscando el cielo y una huella
imborrable, me refiero a Hank Aaron, quien supo sintetizar:
Ese
muchacho, Omar Linares, es un verdadero fenómeno. Lo hace todo bien y tiene
calibre. Omar Linares y el equipo cubano batieron a los Baltimore Oriols y
provocaron un torrente publicitario sobre el Béisbol Cubano, cuyo talento está
demostrado.[6]
Un
día, en una jugada no vista hasta entonces, la Federación Cubana de Béisbol lo
autorizó para jugar como profesional en un team de las Grandes Ligas
Japonesas. Algunos cuestionaron la decisión y alegaron que le quitaría la
pureza de aficionado, que ya no sería el mismo. No obstante, se concretó la
exploración, que hoy rinde sus frutos con Cepeda, Despaigne, Yuliesky y otros.
Allá,
en la tierra del sol naciente, no rindió lo que de él se esperaba, ya no era el
mismo, quizás no había nacido para fabulosos contratos, y llevó consigo la
humildad de San Juan y Martínez, de sillones rotos y paredes descascaradas, sin
buenas pinturas. O simplemente se apagaba una estrella fulgurante.
La
realidad se impuso y aquel a quien el locutor Roberto Pacheco dio la mayoría de
edad cuando le endilgó el epíteto de Omar El Grande, dejó de destellar
grandeza y regresó a su patria. Allá defendió la inicial, lo hizo bien, pero no
era el mismo, sus piernas estaban resentidas. No obstante, causó una aceptable
sensación en la tierra del sol naciente. Allí señaló el camino que hoy siguen
Yuliesky, Cepeda, Despaigne y compañía.
Desbrozarán nuevos caminos en su
marcha a la conquista del horizonte. Pero la impronta del Niño Linares
quedará por los siglos, porque se alza en la cima de la galería eterna de los
grandes del béisbol cubano.
Cuando
Omar y Luis Giraldo dejaron atrás sus días estelares, el panorama se resintió,
muchos se alejaron del estadio y refugiaron en la imagen o el éter, porque
nadie ha llenado sus vacíos; quizás jamás se llenen.
Cuando
los grandes se van, la gente explora el horizonte en la búsqueda de relevos que
no llegan. Su estirpe se extingue con ellos. Así sentenció el Presidente de
Finlandia ante el cadáver de Paavo Nurmi, quizás el más grande atleta de todos
los tiempos. Y puso la daga en medio del pecho; verdad como un templo.
A
nadie sorprendió que el 8 de noviembre de 2014, fecha de Refundación del Salón
de la Fama del Béisbol Cubano, fuera electo con la totalidad de los votos. Solo
se hizo justicia.
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