miércoles, 28 de enero de 2015

Omar Linares: ¡Qué clase de Niño!




 Por: Juan A. Martínez de Osaba y Goenagal.


Cuando saltaba a la grama de cualquier estadio cubano y extrafronteras, los ojos iban hacia él, cual relampagueante centella en pleno crepúsculo. Desde muy joven su vida dejó de ser propia para convertirse en parte indiscutible de la sana farándula beisbolera de su país, hasta alcanzar la cima. Los niños les seguían la pista, querían ser como él. Los jóvenes envidiaban con cariño sus cualidades, los mayores colmaban los estadios para verlo jugar y los ancianos se refugiaban en los “viejos tiempos”, los de Dihigo, Torriente, Roberto Ortiz o el mismísimo Miñoso. A nadie fue indiferente aquel muchachito que un buen día llegó a la vida con sangre beisbolera.



Así sucesivamente, hasta llegar a uno de los jugadores inmarcesibles del béisbol cubano, quizás quien más haya brillado en nuestras autóctonas Series Nacionales. Omar Linares Izquierdo nació de Panchita y Fidel, el 23 de octubre de 1967, en San Juan y Martínez, una tierra tabacalera de excelencia. Con apenas quince años, aquel muchacho de apellido ilustre, dio sus primeros pasos en la pelota organizada cubana. Así lo recordaría su padre, el inolvidable zurdo Fidel Linares:

Siempre fue un muchacho inquieto, muy inquieto en el juego con los muchachos. La madre tenía que estarlo buscando, se perdía por ahí. Una vez les dije que iba a llevarlos al río para que aprendieran a nadar y cuando lo hice, ya sabían hacerlo, me pasaron por el lado nadando. Les dije: –¿Pero dónde ustedes aprendieron a nadar? Y me dijeron: –Aquí mismo, en el arroyito que está por aquí.[1]

Un día inquirí sobre la correlación filial Fidel-Omar-Juan Carlos, y cual niño que acaricia un preciado tesoro, confesó:

Para mí la pelota es lo máximo, porque en primer lugar he logrado mantenerme como fue mi papá, con la disciplina y la dedicación con la que él jugó. Pienso que mi hermano y yo hemos logrado eso y él se sentía muy contento con nuestros resultados deportivos, con las responsabilidades que nosotros hemos sabido llevar a cabo en nuestras carreras.[2]

Un bateador excepcional como Ted Williams, tiene garantizado su paso a la posteridad. Fildeadores al estilo de Brooks Robinson en las Mayores, Willie Miranda en la Liga Profesional Cubana, o el industrialista Germán Mesa, es un cheque al portador. Si ese jugador es veloz y batea bien, puede darse el lujo de tener imperfecciones o, con inteligencia, suplir problemas técnicos. Si reúne varios requisitos -aunque esté limitado en otros-, puede destacarse.

Ahora bien, si usted tiene delante a quien batea por encima de los .400 en seis temporadas nacionales e infinidad de internacionales, defiende con maestría y de desplazamientos felinos, posee un brazo poderoso, capaz de hacer outs en territorios vedados a muchos, que puede tocar la bola y volar hacia primera, es rapidísimo en el corrido del cuadro, donde alcanza bases extras sistemáticamente; disfruta de buena inteligencia y es capaz de llevar la esférica hasta los 500 pies de home con bate de madera, entonces solo puede tener un nombre: Omar, conocido dentro y fuera de Cuba como El Niño Linares.


Cuando vi ese tiempo me pregunté cómo ese muchachito era tan rápido. Desde que lo vi pensé que tenía un gran futuro, porque el factor velocidad es determinante y tenía esa virtud.[3]

Muchacho aún, el creativo Bobby Salamanca lo bautizó como El Niño Linares, quien pronto sería asediado por los scouts de todas las organizaciones profesionales, en especial por las Grandes Ligas norteamericanas. Se escuchaban cifras imponentes, llegó a hablarse de cuarenta millones, y más. A todos nos hubiera alegrado verlo en el máximo nivel, pero las condiciones no estaban creadas, y optó por continuar en su país.

La primera oferta que recibí fue en 1982, si mal no recuerdo, hace mucho tiempo de eso. Me ofrecieron jugar en Grandes Ligas, pero no recuerdo nada del precio, creo que se lo dijeron a Pineda. Todos los años ofrecían mucho. Recuerdo que en Atlanta, en los Juegos Olímpicos, me querían dar veintiséis millones por jugar cuatro años. Anteriormente, en varias ocasiones, me habían ofrecido cheques en blanco, ofertas de un millón solo por firmar, todas esas cosas (…) Con el dinero hubiera tenido todo lo material, pero no hubiera tenido lo que tengo ahora.[4]

En más de quince años con la Selección Nacional, conquistó todos los títulos que otorga la Federación Internacional de Béisbol (IBAF). En ellos se incluyen dos medallas de oro olímpicas (Barcelona 1992 y Atlanta 1996) y una de plata en los Juegos de la XXVII Olimpiada, celebrados en la ciudad australiana de Sydney, en septiembre del 2000.

Por su trayectoria deportiva y calidad extraclase, fue seleccionado en varias ocasiones El Deportista del Año en Cuba, y electo entre los Diez Más Destacados del Siglo XX. Semejante aval pocos pueden lucirlo, es reconocido a escala mundial.

Para que se tenga una idea de su talla y prestigio como pelotero, reseñamos lo expresado por Robin Ventura, la famosa tercera base de los Medias Blancas de Chicago en el béisbol de las Grandes Ligas, cuando un entrevistador lo calificó como el mejor antesalista del  mundo. Ventura, quien jugó en el equipo de los Estados Unidos frente al de Cuba cuando era amateur y entonces conoció a Omar dijo: ‘Considero que en estos momentos ningún antesalista sobresale tanto como yo en Grandes Ligas. Pero no me considero el mejor del mundo. El mejor lo es el cubano Omar Linares, que batea, fildea y corre más que yo. Si lo duda, le sugiero que viaje a Cuba para que lo compruebe’. Buen espíritu de Ventura en el deporte y justa valoración de Omar, el Señor Linares.[5]

Era una garantía para cualquier director tener en la alineación a un hombre como Omar, quien jamás fue expulsado del terreno, como tampoco sucedió con Fidel ni Juan Carlos, el hermano, otro que bien bailó en el béisbol vueltabajero y de toda Cuba, aunque se haya desarrollado a la sombra de Omar.

Fue tan grande la carrera de El Niño, que arrastra mitos convertidos en leyendas. Algún día la gente recordará que hubo muchos buenos y, entre todos, elegirá a Omar, como sucede con Martín Dihigo, a quien pocos de los que hoy viven pudieron observar en el terreno, por la edad y la escasez de medios de comunicación. Así se forman los mitos, y él es uno de ellos, como Casanova, a quien nadie quitará el título de más completo.

Veamos cómo lo admiró uno de los más grandes de cualquier época, segundo jonronero, primero en impulsadas, slugging buscando el cielo y una huella imborrable, me refiero a Hank Aaron, quien supo sintetizar:

Ese muchacho, Omar Linares, es un verdadero fenómeno. Lo hace todo bien y tiene calibre. Omar Linares y el equipo cubano batieron a los Baltimore Oriols y provocaron un torrente publicitario sobre el Béisbol Cubano, cuyo talento está demostrado.[6]

Un día, en una jugada no vista hasta entonces, la Federación Cubana de Béisbol lo autorizó para jugar como profesional en un team de las Grandes Ligas Japonesas. Algunos cuestionaron la decisión y alegaron que le quitaría la pureza de aficionado, que ya no sería el mismo. No obstante, se concretó la exploración, que hoy rinde sus frutos con Cepeda, Despaigne, Yuliesky y otros.

Allá, en la tierra del sol naciente, no rindió lo que de él se esperaba, ya no era el mismo, quizás no había nacido para fabulosos contratos, y llevó consigo la humildad de San Juan y Martínez, de sillones rotos y paredes descascaradas, sin buenas pinturas. O simplemente se apagaba una estrella fulgurante.

La realidad se impuso y aquel a quien el locutor Roberto Pacheco dio la mayoría de edad cuando le endilgó el epíteto de Omar El Grande, dejó de destellar grandeza y regresó a su patria. Allá defendió la inicial, lo hizo bien, pero no era el mismo, sus piernas estaban resentidas. No obstante, causó una aceptable sensación en la tierra del sol naciente. Allí señaló el camino que hoy siguen Yuliesky, Cepeda, Despaigne y compañía.
Desbrozarán nuevos caminos en su marcha a la conquista del horizonte. Pero la impronta  del Niño Linares quedará por los siglos, porque se alza en la cima de la galería eterna de los grandes del béisbol cubano.

Cuando Omar y Luis Giraldo dejaron atrás sus días estelares, el panorama se resintió, muchos se alejaron del estadio y refugiaron en la imagen o el éter, porque nadie ha llenado sus vacíos; quizás jamás se llenen.

Cuando los grandes se van, la gente explora el horizonte en la búsqueda de relevos que no llegan. Su estirpe se extingue con ellos. Así sentenció el Presidente de Finlandia ante el cadáver de Paavo Nurmi, quizás el más grande atleta de todos los tiempos. Y puso la daga en medio del pecho; verdad como un templo.

A nadie sorprendió que el 8 de noviembre de 2014, fecha de Refundación del Salón de la Fama del Béisbol Cubano, fuera electo con la totalidad de los votos. Solo se hizo justicia.


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