Todos quisiéramos que el hospital fuera como la propia casa, sin
tupiciones en los baños, ni cucarachas en los estantes, ni llaves de
agua o interruptores eléctricos rotos, sin ruidos, ni personas fumando
indebidamente, pero realmente no sucede así.
Nos la pasamos criticando y nos es difícil responder cuando nos
preguntan: ¿usted permite vasijas con comida en su mesita de noche en el
hogar, arroja desperdicios por la taza del baño, golpea el interruptor
cuando se traba o violenta la llave porque el agua es escasa?
Si su hogar es de no fumadores, seguro tomarán medidas para que algún
intruso no lo haga, tampoco –aunque ahora es excepcional- permitirá que
sus equipos de música rompan los tímpanos del vecino y exigirá a sus
hijos conversar en voz baja.
¡Sí, sé sus respuestas!, pero olvidó que los hospitales son lugares
para reponer la salud y las exigencias son necesarias, en buena lid,
deben ser superiores que las del propio hogar compartido por una o, si
acaso, dos familias, sin embargo, el hospital es para todas.
El concepto de "propiedad del pueblo" está quedando en tierra de
nadie, porque si sus dueños no lo cuidan y los empleados no exigen,
entonces a quién le toca.
Esta es la punta del iceberg, nos quedan muchos apuntes en la agenda:
pie contra las paredes recién pintadas, patadas a la puerta que
caprichosamente se cierra, lanzamiento de colillas y cuanta basura
existe por los balcones, personas adicionales al personal acompañante,
visitantes en horarios de madrugada, incluso el colmo, ingestión de
bebidas en áreas hospitalarias.
Y a todo lo anterior añadamos los hurtos, las roturas (a veces
involuntarias), pero no lo denunciamos a las autoridades de la sala o
del área hospitalaria, porque es más fácil criticar en la calle y
enjuiciar los servicios que dialogar civilizadamente con los
responsables de los centros.
¿Qué si hay dificultades? Miles, pero eso no significa el libre
albedrío; el estado invierte millones de pesos cada año por mejorar los
servicios y son pocos los que mueven un dedo para cooperar.
Incluso algunos con el fin de evadir la responsabilidad acusan a los
empleados de esos servicios, cuando la realidad dice que los
trabajadores disponen de otras facilidades aparte a las de los
pacientes; argumentan la necesidad de llevar comida desde los hogares
para no degustar las hospitalaria, razón aceptada, pero también se debe
traer de la casa la higiene, los buenos modales y el correcto
comportamiento en lugares de convivencia masiva.
Es verdad que debemos exigir por la calidad del servicio profesional,
no tolerar faltas a quienes nos atienden, pero ellos también tienen
todo el derecho de exigirnos el mayor respeto por su instalación, si
tenemos en cuenta la máxima de que el trabajo es la segunda casa.
Si queremos que el hospital sea como nuestra propia casa, pues
comencemos por respetar la segunda casa de los trabajadores de la Salud.
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