Tengo
una amiga periodista que lleva el pelo blanco, en hondas. Ella es flaquita, les
digo luego quién es.
Hace
poco enfermó y decidió que era hora de alejarse del ejercicio profesional. Pero
tan pronto se sintió mejor, la sorprendí en la redacción del periódico,
maquinando algunos trabajos que se le habían quedado pendientes. No eran dos ni
tres, eran muchos.
Hará
unas semanas Blanchie Santorio me acompañó a un reportaje por San Juan y
Martínez, o la acompañé yo a ella, ya no sé. El caso es que un corresponsal de
prensa no acaba nunca si ama lo que hace.
A
veces escribimos y no pasa nada o pasa algo a medias. A veces somos
subestimados, minimizados o puede que nos eleven hasta esas cimas absurdas. A
veces nos estereotipan, nos mienten, nos temen; pero siempre hay de los que
muestran la cara sin tapujos o se desnudan frente a nosotros, por dentro se
desarman. Esa empatía con la gente es una de las magias de nuestra profesión:
"El mejor oficio del mundo", como lo llamara el Gabo.
El
periodista cubano, sale con sus zapatos de siempre a contar historias, a narrar
la noticia, a hablar del Zika y de fogones, del pan nuestro de cada día, de
aquel profesor y del manisero...Mucho amor se necesita para ejercer una labor
tan mal retribuida económicamente como la nuestra.
Marcelino
Gómez, antiguo fotógrafo de Guerrillero, me relató que en una ocasión salió a
cubrir un ciclón en motocicleta, con la cámara en una javita de nylon para que
no se le mojara. "Hemos sido unos relambíos de la fotografía",
aseguró.
Lo
cierto es que no hay obstáculos para el hombre de la radio, de la tv local, del
semanario pinareño, que sale a comerse la ciudad con su libreta de notas, que
resiste sobre hombros el sol del trópico, que ha sobrevivido a pesar del peso
aplastante del subdesarrollo y que se aferra a la verdad con la fuerza de sus
pies trotacaminos y de su alma.
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