lunes, 14 de marzo de 2016

Sorpresas en la campaña por la presidencia de EEUU


Con toda la atención sobre Donald Trump y su alarmante expresión de populismo derechista, o sea, sus tintes fascistas, con todo y su difusión de citas de Mussolini, saludos estilo nazi donde pide a sus seguidores jurar lealtad a, pues, a él, y con la incitación de violencia física contra opositores, es fácil –sobre todo fuera de este país– perder de vista algo tal vez aún más importante: la sorpresa de la izquierda en Estados Unidos.

Estamos viendo uno de los fenómenos más inusuales en la historia reciente de este país, donde un político, Bernie Sanders, que orgullosamente se proclama socialista democrático, está obteniendo el apoyo de millones de ciudadanos.
La amplia y profunda corriente progresista en este país tiene una historia larga, aunque bastante oculta, pero con una limitada expresión en el ámbito electoral nacional. O sea, no nace con Sanders. Ni tampoco se genera ahora sólo por él.
De repente millones y millones de estadunidenses se identifican como socialistas. El veterano periodista progresista Harold Meyerson, que escribe en The Guardian, señala que, poco antes del primer concurso electoral en Iowa este año, más de 40 por ciento de los votantes demócratas probables se identificaban como socialistas. En un sondeo del Boston Globe en el segundo estado de la contienda, Nueva Hampshire, 31 por ciento de los votantes demócratas se identificaban como socialistas. Y, un dato aún más sorprendente por ser un bastión ultraconservador, en Carolina de Sur una encuesta de Bloomberg de probables votantes demócratas reveló que 39 por ciento se describían como socialistas.
Pero esto no se reduce a los seguidores de Sanders. En una encuesta del New York Times, en noviembre del año pasado, 58 por ciento de los demócratas, incluyendo más de la mitad de los que decían que apoyan a Hillary Clinton, la contrincante de Sanders en el Partido Demócrata, afirmó que tenían una opinion favorable del socialismo.
Y estas expresiones no brotan sólo por la presencia de Sanders en esta coyuntura: en una encuesta de 2011 del Centro de Investigación Pew, 49 por ciento de estadunidenses –no sólo demócratas– menores de 30 años de edad tenían una percepción positiva del socialismo, mientras 47 por ciento veían favorablemente al capitalismo.
Vale señalar que el término socialismo es bastante ambiguo en este contexto, con una amplia variedad de definiciones, y muchos, tal vez la mayoría, lo definen de manera parecida a Sanders, lo cual en cualquier otro país sería una posición más bien socialdemócrata al estilo europeo.
Los jóvenes son factor clave en el inesperado surgimiento de Sanders, algo que desquicia y alarma a las cúpulas políticas y económicas del país. Aquí está no sólo el eco, sino un buen número de los veteranos de Ocupa Wall Street, como el de Black Lives Matter, el movimiento para elevar el salario mínimo de trabajadores, el movimiento ambiental frente al cambio climático, el eco de las movilizaciones por los derechos de los inmigrantes, y del movimiento antiguerra.
Pero sobre todo, lo que impulsa estas expresiones son las consecuencias de la aplicación de las políticas neoliberales (desregulación, desmantelamiento de programas sociales, privatización de servicios públicos, asalto contra los sindicatos, y sobre todo liberalización del sector financiero) dentro de Estados Unidos, que han inclinado al país hacia una plutocracia mientras se eleva la desigualdad económica a niveles sin precedente desde poco antes de la gran depresión.
Mientras tanto, Sanders ha impuesto el mensaje de estos movimientos, sobre todo el de Ocupa Wall Street, en el centro del debate electoral, y con su invitación a una revolución política ha generado entusiasmo, sobre todo entre jóvenes, con el cual está sacudiendo a las cúpulas y también obligando a Clinton a girar hacia la izquierda sobre temas como la migración y la desigualdad económica.
Sanders ha logrado interrumpir la narrativa oficial al poner sobre la mesa asuntos que no se tocaban, como los acuerdos de libre comercio (sobre todo el TLCAN), como el aparente derecho de Estados Unidos a intervenir en otros países y promover cambios de régimen. En el último debate, la semana pasada en Miami, no sólo repudió el bloqueo contra Cuba, sino recordó la invasión de Bahía de Cochinos, al igual que los intentos por derrocar al gobierno sandinista con el apoyo estadunidense de la contra en Nicaragua (vale recordar que Sanders visitó Nicaragua en los 80). Anteriormente ha recordado las intervenciones estadunidenses en Irán y en el Caribe.
A la vez, su mensaje de convocar a todos –de todas las razas, a los inmigrantes y ciudadanos, a los géneros y más– a rescatar este país de las manos del 1 por ciento y retornarlo a las mayorías, o de presentarse como defensor de los trabajadores, incluidos los inmigrantes, como los de la Coalición de Trabajadores de Immokalee, está resucitando la retórica en el ámbito político que ya casi había desaparecido.
Este fin de semana, en un comentario digno de otra época, Trump llamó a Sanders nuestro amigo comunista, al acusar que fueron sus simpatizantes los que se manifestaron y lograron cancelar un mitin masivo del multimillonario en Chicago, y el sábado criticó a Clinton por no ser lo bastante fuerte como para poder derrotar a un comunista. Ah, los viejos tiempos…
Pero hay promesas de nuevos tiempos con la acción de miles de latinos, blancos, afroestadunidenses, gays y otros que lograron, por primera vez en la memoria, clausurar un acto de campaña electoral al juntarse y decir frente a una amenaza fascista algo así como no pasarán.
¿Quién podría imaginarse que una de las noticias electorales de 2016 sería un enfrentamiento entre el socialismo y el fascismo?
No sorprende el surgimiento de un Trump –eso se ha estado cultivando durante 30 años–, pero pocos pronosticaban una ola cada vez más grande desde la izquierda en el ámbito electoral.

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