Con
toda la atención sobre Donald Trump y su alarmante expresión de populismo
derechista, o sea, sus tintes fascistas, con todo y su difusión de citas de
Mussolini, saludos estilo nazi donde pide a sus seguidores jurar lealtad a,
pues, a él, y con la incitación de violencia física contra opositores, es fácil
–sobre todo fuera de este país– perder de vista algo tal vez aún más
importante: la sorpresa de la izquierda en Estados Unidos.
Estamos
viendo uno de los fenómenos más inusuales en la historia reciente de este país,
donde un político, Bernie Sanders, que orgullosamente se
proclama socialista democrático, está obteniendo el apoyo de millones de
ciudadanos.
La
amplia y profunda corriente progresista en este país tiene una historia larga,
aunque bastante oculta, pero con una limitada expresión en el ámbito electoral
nacional. O sea, no nace con Sanders. Ni tampoco se genera ahora sólo por él.
De
repente millones y millones de estadunidenses se identifican
como socialistas. El veterano periodista progresista Harold Meyerson, que
escribe en The Guardian, señala que, poco antes del primer concurso
electoral en Iowa este año, más de 40 por ciento de los votantes demócratas
probables se identificaban como socialistas. En un sondeo del Boston
Globe en el segundo estado de la contienda, Nueva Hampshire, 31 por ciento
de los votantes demócratas se identificaban como socialistas. Y, un dato
aún más sorprendente por ser un bastión ultraconservador, en Carolina de Sur
una encuesta de Bloomberg de probables votantes demócratas reveló que 39 por
ciento se describían como socialistas.
Pero
esto no se reduce a los seguidores de Sanders. En una encuesta del New
York Times, en noviembre del año pasado, 58 por ciento de los demócratas,
incluyendo más de la mitad de los que decían que apoyan a Hillary Clinton, la
contrincante de Sanders en el Partido Demócrata, afirmó que tenían una opinion
favorable del socialismo.
Y
estas expresiones no brotan sólo por la presencia de Sanders en esta coyuntura:
en una encuesta de 2011 del Centro de Investigación Pew, 49 por ciento de
estadunidenses –no sólo demócratas– menores de 30 años de edad tenían una
percepción positiva del socialismo, mientras 47 por ciento veían favorablemente
al capitalismo.
Vale
señalar que el término socialismo es bastante ambiguo en este
contexto, con una amplia variedad de definiciones, y muchos, tal vez la
mayoría, lo definen de manera parecida a Sanders, lo cual en cualquier otro
país sería una posición más bien socialdemócrata al estilo europeo.
Los
jóvenes son factor clave en el inesperado surgimiento de Sanders, algo que
desquicia y alarma a las cúpulas políticas y económicas del país. Aquí está no
sólo el eco, sino un buen número de los veteranos de Ocupa Wall Street, como el
de Black Lives Matter, el movimiento para elevar el salario mínimo de
trabajadores, el movimiento ambiental frente al cambio climático, el eco de las
movilizaciones por los derechos de los inmigrantes, y del movimiento
antiguerra.
Pero
sobre todo, lo que impulsa estas expresiones son las consecuencias de la
aplicación de las políticas neoliberales (desregulación, desmantelamiento de
programas sociales, privatización de servicios públicos, asalto contra los
sindicatos, y sobre todo liberalización del sector financiero) dentro de
Estados Unidos, que han inclinado al país hacia una plutocracia mientras se
eleva la desigualdad económica a niveles sin precedente desde poco antes de la
gran depresión.
Mientras
tanto, Sanders ha impuesto el mensaje de estos movimientos, sobre todo el de
Ocupa Wall Street, en el centro del debate electoral, y con su invitación a
una revolución política ha generado entusiasmo, sobre todo entre
jóvenes, con el cual está sacudiendo a las cúpulas y también obligando a
Clinton a girar hacia la izquierda sobre temas como la migración y la
desigualdad económica.
Sanders
ha logrado interrumpir la narrativa oficial al poner sobre la mesa asuntos que
no se tocaban, como los acuerdos de libre comercio (sobre todo el TLCAN), como
el aparente derecho de Estados Unidos a intervenir en otros países y
promover cambios de régimen. En el último debate, la semana pasada en
Miami, no sólo repudió el bloqueo contra Cuba, sino recordó la invasión de
Bahía de Cochinos, al igual que los intentos por derrocar al gobierno sandinista
con el apoyo estadunidense de la contra en Nicaragua (vale recordar
que Sanders visitó Nicaragua en los 80). Anteriormente ha recordado las
intervenciones estadunidenses en Irán y en el Caribe.
A la
vez, su mensaje de convocar a todos –de todas las razas, a los inmigrantes y
ciudadanos, a los géneros y más– a rescatar este país de las manos del 1 por ciento y retornarlo a las
mayorías, o de presentarse como defensor de los trabajadores,
incluidos los inmigrantes, como los de la Coalición de Trabajadores de
Immokalee, está resucitando la retórica en el ámbito político que ya casi había
desaparecido.
Este
fin de semana, en un comentario digno de otra época, Trump llamó a
Sanders nuestro amigo comunista, al acusar que fueron sus simpatizantes
los que se manifestaron y lograron cancelar un mitin masivo del multimillonario
en Chicago, y el sábado criticó a Clinton por no ser lo bastante fuerte como
para poder derrotar a un comunista. Ah, los viejos tiempos…
Pero
hay promesas de nuevos tiempos con la acción de miles de latinos, blancos,
afroestadunidenses, gays y otros que lograron, por primera vez en la memoria,
clausurar un acto de campaña electoral al juntarse y decir frente a una amenaza
fascista algo así como no pasarán.
¿Quién
podría imaginarse que una de las noticias electorales de 2016 sería un
enfrentamiento entre el socialismo y el fascismo?
No
sorprende el surgimiento de un Trump –eso se ha estado cultivando durante 30
años–, pero pocos pronosticaban una ola cada vez más grande desde la izquierda
en el ámbito electoral.
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