miércoles, 24 de febrero de 2016

#PinarDelRío ‘’Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una confrontación histórica’’ #PinarDelRío ‘’Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una confrontación histórica’’


 (Tercera Parte y Final)
Mito 7: La extrema derecha cubanoamericana ha tenido secuestrada la política hacia Cuba.
Si bien es cierto que la extrema derecha cubanoamericana ha tenido importantes niveles de influencia en el diseño y la implementación de la política hacia Cuba y que incluso en la actualidad constituye una fuerza política nada despreciable -sobre todo en el legislativo estadounidense-, es falso que en algún momento hayan alcanzado el control de la misma. La política de los Estados Unidos hacia Cuba siempre ha sido una Política de Estado. El llamado lobby cubanoamericano ha sido una pieza funcional a los intereses de Washington contra Cuba desde su origen. 

Ha sido un instrumento de la política, más que la política misma. Fue durante la administración de Ronald Reagan, coincidiendo con el surgimiento del movimiento neoconservador en los Estados Unidos, que este lobby alcanzó mayor protagonismo y nivel de organicidad, con un amplio nivel de acceso a las estructuras de poder estadounidenses y los medios de comunicación. Este lobby, que tomó como ejemplo para su estructuración al influyente y poderoso lobby judío, se nucleó fundamentalmente en torno a la Fundación Cubano Americana.
Fue tal su activismo contra la Mayor de las Antillas, que se creó una falsa imagen de que en ellos descansaba la política hacia Cuba y que los políticos estadounidenses que se apartaran de su línea serían castigados perdiendo los votos de un estado tan definitorio como La Florida -de los llamados estados pendulares, “Swing State Vote” en inglés- en elecciones presidenciales cerradas. Pero lo cierto es que el voto cubanoamericano jamás ha sido determinante para ganar una elección del estado de la Florida. Así lo confirma el destacado investigador cubano Jesús Arboleya: “En realidad, la importancia del voto cubanoamericano ha sido bastante exagerada, ya que apenas tiene relevancia más allá del enclave miamense y ni siquiera en esta región ha determinado el triunfo del candidato presidencial republicano en múltiples elecciones”.(44) Son el 5 % del electorado de la Florida y el 1 % del país. Tampoco en los condados floridanos donde se concentra la mayoría de los votantes cubanoamericanos, como Miami, Broward y Monroe, su voto ha sido decisivo en las elecciones presidenciales, donde siempre han ganado los candidatos demócratas, sin importar el nivel de preferencia que hayan tenido entre los votantes cubanoamericanos.(45) Por lo tanto, la influencia de la extrema derecha cubanoamericana en el sistema político norteamericano nada tiene que ver con el peso específico de su electorado, sino por la capacidad de imbricarse en el mismo y en sus mecanismos de influencia, a través de las propias oportunidades que les han ofrecido los grupos políticos dominantes de la sociedad norteamericana
El caso del niño Elián González durante la administración Clinton, puso en evidencia que cuando esta extrema derecha cubanoamericana se convierte en un obstáculo para los intereses del estado norteamericano, se les aparta del camino y poco importan sus reacciones coléricas.
Asimismo, el anuncio del presidente Obama el 17 de diciembre de 2014, sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, dejó descolocado una vez más a esta extrema derecha cubanoamericana, demostrando que jamás han sido la cola que mueve al perro. Por otro lado, su base social se encuentra cada vez más erosionada ante las posturas mucho más flexibles hacia Cuba de las nuevas generaciones y los nuevos emigrados cubanos.
Mito 8: Cuba ha sido un problema para la “seguridad nacional” de los Estados Unidos.
Para responder a este aserto, habría que comenzar haciendo la siguiente pregunta: ¿Cuándo en el discurso político norteamericano se utiliza el término seguridad o interés nacional, a que se está refiriendo? ¿Son realmente nacionales? ¿A quién representan? Lo interesante en este caso, es que los Estados Unidos, más bien la clase dominante en los Estados Unidos, en rigor, no ha defendido histórica y principalmente lo que se entiende por legítimos intereses nacionales o de seguridad nacional, sino su hegemonía, tanto en el plano doméstico como internacional.
Un pequeño libro publicado en nuestro país por la Editorial Ciencias Sociales en el 2010, Estados Unidos, hegemonía, seguridad nacional y cultura política, del destacado especialista en estos temas, Jorge Hernández, ofrece una serie de elementos que amplían considerablemente lo expresado anteriormente. Resulta oportuno citar algunas de sus reflexiones:
• “La hegemonía no es, como han querido creer, ver o hasta demostrar algunos estudiosos, una función de la seguridad nacional. Es al revés”.(46)
• “Como función de la hegemonía, la seguridad nacional de los Estados Unidos, opera ideológicamente en un doble plano: en uno, de legitimación interna, y en otro, de apuntalamiento doctrinal de la política exterior. Desde el punto de vista externo, el concepto en realidad posee una connotación transnacional, en el sentido de que se insertan en ella escenarios del llamado Tercer Mundo, en los que los Estados Unidos lo que defienden, en rigor no es su seguridad nacional, sino su hegemonía”.(47)
• “La paradoja es que lo que se presenta habitualmente como seguridad nacional no lo es tanto, sino más bien de lo que se trata es de la seguridad de la clase dominante –o de sectores de ella-, manipulada como interés común de toda la nación”.(48)
Por su parte, el también destacado académico cubano Luis Suárez Salazar utiliza el términoestrategias de seguridad imperial, para distinguir a éstas de los intereses legítimos de seguridad nacional de la población estadounidense y sus autoridades, pues no son lo misma cosa. Las estrategias de seguridad imperial, han servido hasta nuestros días como ejes articuladores de la política interna y exterior de los Estados Unidos y “para justificar el constate fortalecimiento de su maquinaria burocrática-militar, al igual que su acantonamiento, desplazamiento y utilización en diversos lugares del mundo, incluida América Latina y el Caribe. Asimismo, para tratar de garantizar los expansionistas intereses geoestratégicos, geopolíticos y geoeconómicos de los grupos económicos, sociales, ideológicos, políticos, étnicos y culturales dominantes en esa potencia multidimensional. Igualmente para tratar de justificar ante la opinión pública doméstica e internacional sus acciones violatorias de los principios de autodeterminación de los pueblos y de no intervención en los asuntos internos y externos de otros Estados consagrados en la Carta de la Organización de Naciones Unidas (ONU) e incluso en la de la Organización de Estados Americanos (OEA)”.(49)
De esta manera, Estados Unidos ha desplegado todas las capacidades de su diplomacia exterior con el objetivo, incluso, de lograr persuadir a los países de América Latina y el Caribe, de la necesidad de compartir la responsabilidad de la defensa de su “seguridad nacional”, haciéndola parecer común para toda la región. Estados Unidos históricamente también ha intentado, y en muchas ocasiones ha tenido éxito, convertir los llamados enemigos de su “seguridad nacional, en supuestos enemigos de la “seguridad hemisférica”.
Si Estados Unidos realmente buscara la satisfacción de los legítimos “intereses nacionales” y de “seguridad nacional”, hace mucho tiempo hubieran normalizado las relaciones con Cuba, pues paradójicamente Cuba constituye una garantía para los Estados Unidos en términos de seguridad en asuntos como la lucha contra el terrorismo, el tráfico de personas, la inmigración ilegal y el tráfico de drogas. En el caso de la política hacia Cuba, aunque también hacia el resto de la región, ha primado más la lógica de las estrategias de seguridad imperial que las de una legítima seguridad nacional.
Breve epílogo
En su discurso en la Cumbre de las Américas en Panamá y en otras de sus intervenciones, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama ha expresado que no se puede vivir anclado en el pasado, sino que hay que pensar en el presente y el futuro. Siempre que se establezca una relación dialéctica entre pasado, presente y futuro a la hora de interpretar sus palabras creo no habrá peligro alguno.
Pero si algunos en Cuba o fuera de ella, sobre todo en las filas revolucionarias, caen en el error olvidar o despreciar la importancia del estudio y conocimiento profundo del pasado en las circunstancias actuales, sería hacer el juego a quienes ahora con nuevos ropajes persisten en sus objetivos de destruir la revolución cubana desde sus mismas raíces. “Pero cómo va a cambiar la sociedad –expresó en conferencia de prensa el presidente Obama dos días después de los anuncios del 17 de diciembre-, el país específicamente, su cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder más lento de lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política va a promover eso”.(50)
Ante esta abierta declaración de guerra cultural, entendiendo la cultura en su sentido más amplio, más allá de lo artístico y literario, sería ingenuo pensar que la historia no será –de hecho ya lo está siendo- una de las dianas fundamentales de quienes pretenden socavar desde dentro la cultura socialista en Cuba.
Por tanto, reforzar en nuestro país la enseñanza y divulgación de la historia patria sin maniqueísmos y anatemas, sobre todo la de la Revolución en el poder, constituye tarea de primer orden. Desmontar cada una de las manipulaciones y tergiversaciones de nuestra historia también debe constituir labor cotidiana de los historiadores y cientistas sociales cubanos en general.
No es difícil imaginar que en esta nuevo intento neocolonizador, el enemigo que ahora pretende desdibujarse con celeridad –sobre todo ante los ojos de las nuevas generaciones- incluso presentarse como mesías salvador de los cubanos, necesitará la desmemoria, el olvido y la tergiversación, fundamentalmente de lo que han sido las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, aunque también prestará gran atención a otros temas de nuestra historia. Se retomarán viejos mitos e incluso se elaboraran otros nuevos en torno a la confrontación Estados Unidos-Cuba y siempre que sea posible la víctima se presentará como victimaria.
Pecan de gran ingenuidad los que hoy subvaloran un campo de batalla cultural tan estratégico como el de la historia, propicio para desvirtuar valores e ideales y demoler una sociedad desde sus cimientos. Ahí, como en otros terrenos también debemos andar a contracorriente, en la búsqueda incesante de la verdad, que es siempre revolucionaria. Pero si esa verdad no llega al corazón mismo del pueblo, como pedía el célebre historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring, será imposible vencer a las poderosas fuerzas culturales dominantes a las que nos enfrentamos. Con este ensayo hemos pretendido librar una de esas batallas descolonizadoras y antiimperialistas en el campo de la historia. Pongamos la mirada en el horizonte, pero sin olvidar de dónde venimos.

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