(Tercera Parte y Final)
Mito
7: La extrema derecha cubanoamericana ha tenido secuestrada la política hacia
Cuba.
Si
bien es cierto que la extrema derecha cubanoamericana ha tenido importantes niveles
de influencia en el diseño y la implementación de la política hacia Cuba y que
incluso en la actualidad constituye una fuerza política nada despreciable
-sobre todo en el legislativo estadounidense-, es falso que en algún momento
hayan alcanzado el control de la misma. La política de los Estados Unidos hacia
Cuba siempre ha sido una Política de Estado. El llamado lobby
cubanoamericano ha sido una pieza funcional a los intereses de Washington
contra Cuba desde su origen.
Ha sido un instrumento de la política, más que la
política misma. Fue durante la administración de Ronald Reagan, coincidiendo
con el surgimiento del movimiento neoconservador en los Estados Unidos, que
este lobby alcanzó mayor protagonismo y nivel de organicidad, con un amplio
nivel de acceso a las estructuras de poder estadounidenses y los medios de
comunicación. Este lobby, que tomó como ejemplo para su estructuración al
influyente y poderoso lobby judío, se nucleó fundamentalmente en torno a la
Fundación Cubano Americana.
Fue
tal su activismo contra la Mayor de las Antillas, que se creó una falsa imagen
de que en ellos descansaba la política hacia Cuba y que los políticos
estadounidenses que se apartaran de su línea serían castigados perdiendo los
votos de un estado tan definitorio como La Florida -de los llamados estados
pendulares, “Swing State Vote” en inglés- en elecciones presidenciales
cerradas. Pero lo cierto es que el voto cubanoamericano jamás ha sido
determinante para ganar una elección del estado de la Florida. Así lo confirma
el destacado investigador cubano Jesús Arboleya: “En realidad, la
importancia del voto cubanoamericano ha sido bastante exagerada, ya que apenas
tiene relevancia más allá del enclave miamense y ni siquiera en esta región ha
determinado el triunfo del candidato presidencial republicano en múltiples elecciones”.(44)
Son el 5 % del electorado de la Florida y el 1 % del país. Tampoco en los
condados floridanos donde se concentra la mayoría de los votantes
cubanoamericanos, como Miami, Broward y Monroe, su voto ha sido decisivo en las
elecciones presidenciales, donde siempre han ganado los candidatos demócratas,
sin importar el nivel de preferencia que hayan tenido entre los votantes
cubanoamericanos.(45) Por lo tanto, la influencia de la extrema derecha
cubanoamericana en el sistema político norteamericano nada tiene que ver con el
peso específico de su electorado, sino por la capacidad de imbricarse en el
mismo y en sus mecanismos de influencia, a través de las propias oportunidades
que les han ofrecido los grupos políticos dominantes de la sociedad norteamericana
El
caso del niño Elián González durante la administración Clinton, puso en
evidencia que cuando esta extrema derecha cubanoamericana se convierte en un
obstáculo para los intereses del estado norteamericano, se les aparta del
camino y poco importan sus reacciones coléricas.
Asimismo,
el anuncio del presidente Obama el 17 de diciembre de 2014, sobre el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba,
dejó descolocado una vez más a esta extrema derecha cubanoamericana, demostrando
que jamás han sido la cola que mueve al perro. Por otro lado, su base social se
encuentra cada vez más erosionada ante las posturas mucho más flexibles hacia
Cuba de las nuevas generaciones y los nuevos emigrados cubanos.
Mito
8: Cuba ha sido un problema para la “seguridad nacional” de los Estados Unidos.
Para
responder a este aserto, habría que comenzar haciendo la siguiente pregunta:
¿Cuándo en el discurso político norteamericano se utiliza el término seguridad
o interés nacional, a que se está refiriendo? ¿Son realmente nacionales? ¿A
quién representan? Lo interesante en este caso, es que los Estados Unidos, más
bien la clase dominante en los Estados Unidos, en rigor, no ha defendido
histórica y principalmente lo que se entiende por legítimos intereses
nacionales o de seguridad nacional, sino su hegemonía, tanto en el plano
doméstico como internacional.
Un
pequeño libro publicado en nuestro país por la Editorial Ciencias Sociales en
el 2010, Estados Unidos, hegemonía, seguridad nacional y cultura política, del
destacado especialista en estos temas, Jorge Hernández, ofrece una serie de
elementos que amplían considerablemente lo expresado anteriormente. Resulta
oportuno citar algunas de sus reflexiones:
• “La hegemonía no es, como han querido creer, ver o hasta demostrar algunos estudiosos, una función de la seguridad nacional. Es al revés”.(46)
• “Como función de la hegemonía, la seguridad nacional de los Estados Unidos, opera ideológicamente en un doble plano: en uno, de legitimación interna, y en otro, de apuntalamiento doctrinal de la política exterior. Desde el punto de vista externo, el concepto en realidad posee una connotación transnacional, en el sentido de que se insertan en ella escenarios del llamado Tercer Mundo, en los que los Estados Unidos lo que defienden, en rigor no es su seguridad nacional, sino su hegemonía”.(47)
• “La paradoja es que lo que se presenta habitualmente como seguridad nacional no lo es tanto, sino más bien de lo que se trata es de la seguridad de la clase dominante –o de sectores de ella-, manipulada como interés común de toda la nación”.(48)
• “La hegemonía no es, como han querido creer, ver o hasta demostrar algunos estudiosos, una función de la seguridad nacional. Es al revés”.(46)
• “Como función de la hegemonía, la seguridad nacional de los Estados Unidos, opera ideológicamente en un doble plano: en uno, de legitimación interna, y en otro, de apuntalamiento doctrinal de la política exterior. Desde el punto de vista externo, el concepto en realidad posee una connotación transnacional, en el sentido de que se insertan en ella escenarios del llamado Tercer Mundo, en los que los Estados Unidos lo que defienden, en rigor no es su seguridad nacional, sino su hegemonía”.(47)
• “La paradoja es que lo que se presenta habitualmente como seguridad nacional no lo es tanto, sino más bien de lo que se trata es de la seguridad de la clase dominante –o de sectores de ella-, manipulada como interés común de toda la nación”.(48)
Por
su parte, el también destacado académico cubano Luis Suárez Salazar utiliza el
términoestrategias de seguridad imperial, para distinguir a éstas de los
intereses legítimos de seguridad nacional de la población estadounidense y sus
autoridades, pues no son lo misma cosa. Las estrategias de seguridad imperial,
han servido hasta nuestros días como ejes articuladores de la política interna
y exterior de los Estados Unidos y “para justificar el constate
fortalecimiento de su maquinaria burocrática-militar, al igual que su
acantonamiento, desplazamiento y utilización en diversos lugares del mundo,
incluida América Latina y el Caribe. Asimismo, para tratar de garantizar los
expansionistas intereses geoestratégicos, geopolíticos y geoeconómicos de los
grupos económicos, sociales, ideológicos, políticos, étnicos y culturales
dominantes en esa potencia multidimensional. Igualmente para tratar de
justificar ante la opinión pública doméstica e internacional sus acciones
violatorias de los principios de autodeterminación de los pueblos y de no
intervención en los asuntos internos y externos de otros Estados consagrados en
la Carta de la Organización de Naciones Unidas (ONU) e incluso en la de la Organización
de Estados Americanos (OEA)”.(49)
De
esta manera, Estados Unidos ha desplegado todas las capacidades de su
diplomacia exterior con el objetivo, incluso, de lograr persuadir a los países
de América Latina y el Caribe, de la necesidad de compartir la responsabilidad
de la defensa de su “seguridad nacional”, haciéndola parecer común para toda la
región. Estados Unidos históricamente también ha intentado, y en muchas
ocasiones ha tenido éxito, convertir los llamados enemigos de su “seguridad
nacional, en supuestos enemigos de la “seguridad hemisférica”.
Si
Estados Unidos realmente buscara la satisfacción de los legítimos “intereses
nacionales” y de “seguridad nacional”, hace mucho tiempo hubieran normalizado
las relaciones con Cuba, pues paradójicamente Cuba constituye una garantía para
los Estados Unidos en términos de seguridad en asuntos como la lucha contra el
terrorismo, el tráfico de personas, la inmigración ilegal y el tráfico de
drogas. En el caso de la política hacia Cuba, aunque también hacia el resto de
la región, ha primado más la lógica de las estrategias de seguridad imperial
que las de una legítima seguridad nacional.
Breve
epílogo
En
su discurso en la Cumbre de las Américas en Panamá y en otras de sus
intervenciones, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama ha expresado
que no se puede vivir anclado en el pasado, sino que hay que pensar en el
presente y el futuro. Siempre que se establezca una relación dialéctica entre
pasado, presente y futuro a la hora de interpretar sus palabras creo no habrá
peligro alguno.
Pero
si algunos en Cuba o fuera de ella, sobre todo en las filas revolucionarias,
caen en el error olvidar o despreciar la importancia del estudio y conocimiento
profundo del pasado en las circunstancias actuales, sería hacer el juego a
quienes ahora con nuevos ropajes persisten en sus objetivos de destruir la
revolución cubana desde sus mismas raíces. “Pero cómo va a cambiar la
sociedad –expresó en conferencia de prensa el presidente Obama dos días
después de los anuncios del 17 de diciembre-, el país específicamente, su
cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder más lento de
lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política va a
promover eso”.(50)
Ante
esta abierta declaración de guerra cultural, entendiendo la cultura en su
sentido más amplio, más allá de lo artístico y literario, sería ingenuo pensar
que la historia no será –de hecho ya lo está siendo- una de las dianas
fundamentales de quienes pretenden socavar desde dentro la cultura socialista
en Cuba.
Por
tanto, reforzar en nuestro país la enseñanza y divulgación de la historia
patria sin maniqueísmos y anatemas, sobre todo la de la Revolución en el poder,
constituye tarea de primer orden. Desmontar cada una de las manipulaciones y
tergiversaciones de nuestra historia también debe constituir labor cotidiana de
los historiadores y cientistas sociales cubanos en general.
No
es difícil imaginar que en esta nuevo intento neocolonizador, el enemigo que
ahora pretende desdibujarse con celeridad –sobre todo ante los ojos de las
nuevas generaciones- incluso presentarse como mesías salvador de los cubanos,
necesitará la desmemoria, el olvido y la tergiversación, fundamentalmente de lo
que han sido las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, aunque también
prestará gran atención a otros temas de nuestra historia. Se retomarán viejos
mitos e incluso se elaboraran otros nuevos en torno a la confrontación Estados
Unidos-Cuba y siempre que sea posible la víctima se presentará como victimaria.
Pecan
de gran ingenuidad los que hoy subvaloran un campo de batalla cultural tan
estratégico como el de la historia, propicio para desvirtuar valores e ideales
y demoler una sociedad desde sus cimientos. Ahí, como en otros terrenos
también debemos andar a contracorriente, en la búsqueda incesante de la verdad,
que es siempre revolucionaria. Pero si esa verdad no llega al corazón mismo del
pueblo, como pedía el célebre historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring,
será imposible vencer a las poderosas fuerzas culturales dominantes a las que
nos enfrentamos. Con este ensayo hemos pretendido librar una de esas batallas
descolonizadoras y antiimperialistas en el campo de la historia. Pongamos la
mirada en el horizonte, pero sin olvidar de dónde venimos.
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