Incentivar
el debate entre los jóvenes y dotarlos de algunas herramientas del Derecho
Internacional Público y otras ramas de la ciencia, son pretensiones del VIII
Modelo de las Naciones Unidas de la Universidad de Pinar del Río “Hermanos Saíz
Montes de Oca”, ONUPINAR 2015.
Según
Leticia Isabel Ferro Álvarez, coordinadora general de ONUPINAR 2015, el evento
fortalece la capacidad crítica-reflexiva de los participantes, sus habilidades
en la negociación y de oratoria.
En la cita están presentes estudiantes
de las universidades de Artemisa, La Habana, Matanzas, Villa Clara, Camagüey y
el Instituto de Relaciones Internacionales, así como alumnos de la sede
pinareña y de Ciencias Médicas en la provincia.
Hasta
el próximo 19 de noviembre, los delegados al modelo intercambiarán sobre los
derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas,
religiosas y lingüísticas; las cooperaciones internacionales para la
utilización del espacio ultraterrestre con fines pacíficos y la necesidad de
poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados
Unidos contra Cuba.
Ferro
Álvarez recalcó la importancia de celebrar en este marco el 70 Aniversario de
las Naciones Unidas y la creación de su Organización para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO); además, el 70 Aniversario de la entrada de Fidel
a la Universidad de La Habana y el 17 de noviembre, día del Estudiante
Hoy
se cumplen diez años de que Fidel pronunciara su trascendental discurso en la
Universidad del que publico este fragmento central para llamar la atención
sobre su vigencia pero creo debe ser leído y analizado en su totalidad frente a
las realidades y desafíos actuales de Cuba y el mundo.
En
este mundo real, que debe ser cambiado, todo estratega y táctico revolucionario
tiene el deber de concebir una estrategia y una táctica que conduzcan al
objetivo fundamental de cambiar ese mundo real. Ninguna táctica o estrategia
que desuna sería buena.
Tuve
el privilegio de conocer a los de la Teología de la Liberación una vez en
Chile, cuando visité a Allende, en el año 1971, y me encontré allí con muchos
sacerdotes, o representantes de distintas denominaciones religiosas, y
planteaban la idea de unir fuerzas y luchar, con independencia de sus creencias
religiosas.
El
mundo está desesperadamente necesitado de una unidad, y si no conseguimos
conciliar el mínimo de esa unidad, no llegaremos a ninguna parte.
Decía
ayer en una reunión con el representante de la Santa Sede en nuestro país, al
conmemorarse el 70 aniversario de las relaciones ininterrumpidas entre Cuba y
el Vaticano, que una de las cosas que aprecié mucho de Juan Pablo II fue el
espíritu ecuménico. Porque estudié en escuelas de maestros y profesores
religiosos desde el primer grado hasta el último, en escuelas de Hermanos de La
Salle y de jesuitas, eran religiosas, y tenía que ir a misa todos los días. No
critico al que quiera ir, pero sí me opongo a que te obliguen a ir todos los
días, que era lo que me ocurría a mí.
Bueno,
muchas cosas. Conversé ayer incluso con los obispos muchos de estos temas con
respeto y en buen espíritu; recordaba lo que decía sobre el ecumenismo, y
recordaba que en mi época observaba una guerra a muerte, todas las religiones
unas contra otras: la católica contra la judaica, la protestante, la musulmana,
y así cada una de ellas; hablar de una a otra, era hablar del diablo.
Años
después, con sorpresa iba viendo, creo que fue después del Concilio que tuvo
lugar en Roma, el Vaticano II. Influyó mucho en la creación de un espíritu
ecuménico, de respeto a las creencias de cada uno de los demás.
Imagínense
numerosas y poderosas iglesias, la Iglesia Católica, el conjunto de las demás
iglesias cristianas, la Iglesia Musulmana. Nosotros mismos estamos observando
cosas sumamente interesantes, que no conocíamos, de las fortísimas culturas,
creencias y costumbres religiosas de los musulmanes, porque están allá los
médicos en un país musulmán salvando vidas. Nos tratan con gran afecto y
respeto. No voy a entrar en los detalles, pero son cosas de gran impacto. Hay
varias religiones muy fuertes y algunas tienen miles de años, 2 500,
3 000, otras un poco menos de 2 000 años, otras cientos de años.
Es
un buen ejemplo, porque si el sentimiento religioso no se une, cualesquiera que
sean las ideas éticas o los valores morales, los objetivos que cualquier
religión persiga no se alcanzarán jamás, si se trata de la lucha de numerosas
iglesias, siete, ocho, diez, o más —hay muchas más—, luchando todas unas contra
otras y repeliéndose todas entre sí.
A mí
me ha hecho pensar en estos temas la idea, para mí clara, de que los valores
éticos son esenciales, sin valores éticos no hay valores revolucionarios.
No
sé por qué los comunistas fueron imputados de la filosofía de que el fin
justifica los medios, y a veces, incluso, uno se pregunta por qué no se
defendieron más los comunistas de aquella acusación de que el fin justificaba
los medios; me lo explico, incluso, por razones históricas, por la enorme
influencia ejercida por el primer Estado socialista, y por la primera y
verdadera revolución socialista, la primera en la historia, que surge en un
país feudal, con hábitos y costumbres feudales en gran parte todavía, analfabeta
la mayoría de la población; pero era la primera revolución proletaria a partir
de las ideas de Marx y Engels, desarrollada por otro gran genio que fue Lenin.
Lenin
sobre todo estudió las cuestiones del Estado; Marx no hablaba de la alianza
obrero-campesina, vivía en un país con gran auge industrial; Lenin vio el mundo
subdesarrollado, vio aquel país donde el 80% o el 90% era campesino, y aunque
tenía una fuerza obrera poderosa en los ferrocarriles y en algunas industrias,
Lenin vio con absoluta claridad la necesidad de la alianza obrero-campesina, de
la cual no había hablado nadie, todo el mundo había filosofado, pero no había
hablado sobre eso. Y en un enorme país semifeudal, semisubdesarrollado, es
donde se produce la primera revolución socialista, el primer intento verdadero
de una sociedad igualitaria y justa; ninguna de las anteriores que eran
esclavistas, feudales, medievales, o antifeudales, burguesas, capitalistas,
aunque hablaran mucho de libertad, igualdad y fraternidad, ninguna se propuso
jamás una sociedad justa.
A lo
largo de la historia, el primer esfuerzo humano serio por crear la primera
sociedad justa, comenzó hace menos de 200 años; en 1850 creo que se
escribió el Manifiesto Comunista, y faltan 45 años, sí, faltan 45 años
para cumplir 200 años, y puede apreciarse después la evolución del pensamiento
revolucionario.
Con
dogmatismo no se hubiera jamás llegado a una estrategia. Lenin nos enseñó
mucho, porque Marx nos enseñó a comprender la sociedad; Lenin nos enseñó a
comprender el Estado y el papel del Estado.
Todos
esos factores históricos influyeron tremendamente en el pensamiento
revolucionario, y hubo desde luego prácticas abusivas y en ocasiones
repugnantes. Eso impulsó la calumniosa imputación de que para el comunista “el
fin justifica los medios.”
Yo
he pensado mucho en el papel de la ética. ¿Cuál es la ética de un
revolucionario? Todo pensamiento revolucionario comienza por un poco de ética,
por un poco de valores que le inculcaron los padres, le inculcaron los
maestros, él no nació con esas ideas; igual que no nació hablando, alguien lo
enseñó a hablar. La influencia de la familia es también muy grande.
Cuando
nosotros hemos estudiado los casos de los jóvenes que están en prisión entre 20
y 30 años, vemos procedencia, niveles culturales de los padres, y tienen
influencia decisiva, al extremo de que durante la batalla de ideas, nosotros,
haciendo todo tipo de investigaciones sociales de esa índole, arribamos a la
conclusión de que el delito en Cuba estaba estrechamente asociado al nivel cultural
y al status social de los padres; era increíble el bajísimo porcentaje de hijos
de profesionales universitarios e intelectuales que delinquían, como era
igualmente increíble el número de aquellos que procedían de familias humildes
donde no existía esa base cultural. Otro problema influía mucho: la
disgregación del núcleo en una familia humilde de bajo nivel cultural. Algunos
hijos no se quedaban ni con el padre ni con la madre, sino con una tía, una
abuela con dificultades de salud u otros problemas, esto ejercía notable
influencia en el destino del niño.
Fue
cuando utilizábamos aquellas brigadas universitarias que visitaban los barrios
más pobres, o cuando un día decidimos movilizar 7 000 estudiantes a los
que después entregué a cada uno un diploma, los firmé en el avión, venía de
Africa; por el camino, no se sabe las horas interminables en que firmé miles de
diplomas, por el valor que le daba a aquel trabajo. Los visitaba en su tarea, y
cómo aprendimos. Había que ver qué pasaba allí en la sociedad. Queríamos saber
muchas cosas y no las sabíamos: cómo vivía la gente.
Fue
en esa ocasión cuando descubrimos que, por ejemplo, una madre podía estar
trabajando, recibir un sueldo, tener a la vez un hijo con retraso mental
severo, encamado y necesitado de atención todo el tiempo, había que hacérselo
todo. Algún familiar se lo cuidaba mientras ella trabajaba. Un día el familiar
se marchaba, o moría, y aquella mujer tenía que escoger entre el trabajo, del
cual recibía su sustento, o atender al hijo.
Quiero
que sepan que aquella vez decidimos que toda mujer en esas condiciones debía
optar, según su oficio, según las necesidades e importancia de su trabajo para
la sociedad, por recibir el salario por cuidar al niño, o el Estado sufragar el
salario de alguien que atendiera a ese niño, mientras ella trabajaba. Es un
ejemplo de muchos.
También
ayudaron las brigadas de estudiantes a salvar vidas de personas, por ejemplo,
que se iban a suicidar por enfermedad mental o depresión por otra causa. ¡Cómo
descubrimos cosas! Había no sé si 20 000 ó 30 000 personas de más de
60 años que vivían solas y no tenían muchos ni un timbrecito donde avisarle a
alguien si sufrían un fuerte dolor en el pecho o cualquier otro problema de esa
índole. Esa era la sociedad.
Vimos
los ingresos que recibía cualquier ciudadano por pensión o asistencia social.
Muchos datos no aparecían en ninguna estadística, no aparecían en ningún censo.
Ibamos descubriendo, descubriendo y descubriendo cosas, y haciendo cosas,
fraguando ideas. Llegamos a fraguar más de 100 programas sociales, muchos de
ellos se están cumpliendo ya hace rato. No hemos estado divulgando lo que se
hizo. Qué días gloriosos aquellos en los que, partiendo fundamentalmente de los
cuadros de la juventud y con el apoyo del Partido y de todas las instituciones,
se desarrolló aquella batalla de ideas en torno al regreso del niño secuestrado
en Estados Unidos.
Toda
la vida tendremos que estar agradecidos de las circunstancias que aceleraron de
tal forma nuestro conocimiento de la sociedad y nuestro aprendizaje. Pienso que
tal vez hoy no estaríamos haciendo lo que estamos haciendo si no hubiéramos
vivido aquella experiencia.
Creamos
el primer curso de trabajadores sociales. Hubo que saber cuáles eran los
salarios mínimos. Quiero que sepan que el aumento de este se hizo después de
que se había recorrido todo el país, y la asistencia social era un tercio de la
que se estableció este año, llevándola a 129 pesos promedio. Fue más fuerte lo
que se hizo cuando se elevaron las jubilaciones y pensiones, cuando la mínima
se elevó hasta 150, a 190 la siguiente categoría y a 230 la subsiguiente.
También el salario mínimo se elevó fuertemente.
Hablábamos
de la importancia del factor ético. Habría que investigar las razones de la
confusión. Pienso que ocurrieron acontecimientos históricos que influyeron en
la idea de que para un comunista el fin justificaba los medios, acontecimientos
internacionales difíciles de comprender —los he mencionado en más de una
ocasión—, a pesar de todo el antecedente que constaba del intento
franco-británico, las dos grandes potencias coloniales, las mayores del mundo,
de lanzar a Hitler contra la URSS. Pienso que los planes imperialistas de
lanzar a Hitler contra la URSS jamás habrían justificado el pacto de Hitler con
Stalin, fue muy duro. Los partidos comunistas, que se caracterizaban por la
disciplina, se vieron todos obligados a defender el Pacto Molotov-Ribbentrop y
a desangrarse políticamente.
Antes
de ese pacto, la necesidad de unirse en la lucha antifascista condujo en Cuba a
la alianza de los comunistas cubanos con Batista, y ya Batista había reprimido
la famosa huelga de abril de 1934, que vino después del golpe de Batista contra
el gobierno provisional de 1933, de incuestionable carácter revolucionario y
fruto, en gran parte, de la lucha heroica del movimiento obrero y los
comunistas cubanos. Antes de aquella alianza antifascista, Batista había
asesinado no se sabe a cuánta gente, había robado no se sabe cuánto dinero, era
un peón del imperialismo yanki; pero vino de Moscú la orden: organizar los
frentes antifascistas. A pactar con el demonio. Aquí pactaron con el ABC
fascista y con Batista, un fascista de otro tipo, un criminal y un saqueador
del tesoro público.
Son
acontecimientos muy difíciles, pero venían unos tras otros, y los comunistas
más disciplinados del mundo, lo digo con sincero respeto, eran los partidos
comunistas de América Latina y entre ellos el de Cuba, del cual tuve siempre y
conservo un altísimo concepto.
Hoy
podemos hablar del tema porque hoy vamos marchando hacia nuevas y nuevas
etapas.
Los
militantes del Partido Comunista de Cuba eran los ciudadanos más disciplinados,
más honrados y más sacrificados de este país, contribuían al Partido; los
legisladores del Partido entregaban una proporción de su ingreso, eran la gente
más honrada de este país, independientemente de la línea equivocada impuesta
por Stalin al movimiento internacional. Cómo culparlos. Póngalos en el dilema
de aceptar o no algo, a mi juicio, absolutamente correcto: la unión de todos
los comunistas. “Proletarios de todos los países, ¡uníos!”, o romper
abiertamente, en aquellas circunstancias, la disciplina.
Y no
soy de los que se ponen a criticar a los personajes históricos satanizados por
la reacción mundial para hacerles gracia a los burgueses y a los imperialistas;
tampoco voy a cometer la tontería de no atreverme a decir algo que tengo el
deber de decir un día como hoy. Nosotros debemos tener el valor de reconocer
nuestros propios errores precisamente por eso, porque únicamente así se alcanza
el objetivo que se pretende alcanzar. Pues sí, se creó tremendo vicio de abuso
de poder, de crueldad, y en especial el hábito de imponer la autoridad de un
país, de un partido hegemónico, a los demás países y partidos.
Nosotros
hemos estado más de 40 años manteniendo relaciones con el movimiento
revolucionario en América Latina, y relaciones sumamente estrechas. Jamás se nos
ocurrió decirle a ninguno lo que debía hacer. Ibamos descubriendo, además, el
celo con que cada movimiento revolucionario defiende sus derechos y sus
prerrogativas.
Recuerdo
momentos cruciales, lo digo aquí y nada más que una partecita: cuando la URSS se
derrumbó y se quedó sola mucha gente, entre ellas nosotros, los revolucionarios
cubanos. Pero nosotros sabíamos lo que debíamos hacer y lo que teníamos que
hacer, cuáles eran nuestras opciones. Estaban los demás movimientos
revolucionarios en muchas partes librando su lucha. No voy a decir cuáles, no
voy a decir quiénes; pero se trataba de movimientos revolucionarios muy serios,
nos preguntaron si negociaban o no ante aquella situación desesperada, si
continuaban luchando o no, o si negociaban con las fuerzas opuestas buscando
una paz, cuando uno sabía a qué conducía aquella paz.
Yo
les decía: “Ustedes no nos pueden pedir opinión a nosotros, son ustedes los que
irían a luchar, son ustedes los que irían a morir, no somos nosotros. Nosotros
sabemos qué haremos y qué estamos dispuestos a hacer; pero eso solo lo pueden
decidir ustedes.” Ahí estaba la más extrema manifestación de respeto a los
demás movimientos y no el intento de imponer sobre la base de nuestros
conocimientos y experiencias y el enorme respeto que sentían por nuestra
Revolución para saber el peso de nuestros puntos de vista. En ese momento no
podíamos pensar en las ventajas o desventajas para Cuba de las decisiones que
tomaran: “Decidan ustedes”, y así cada uno de ellos, en momentos decisivos, decidió
su línea.
Nosotros
somos un pequeño país aquí en el Caribe, a 90 millas del imperio y a unas
pulgadas de su base ilegal, mil veces más débil que lo que era la URSS en la
época de su pacto con Hitler, o cuando estaba dando órdenes a los líderes de los
partidos comunistas. En la época de la República de Weimar, que surgió en
Alemania después de la Primera Guerra Mundial, la increíble crisis económica
desatada como consecuencia del Pacto de Versalles impuesto a aquel país por
Inglaterra, Francia y Estados Unidos, por un lado fortalecía al movimiento
revolucionario y por otro a las fuerzas nacionalistas más reaccionarias.
Hitler
triunfa electoralmente frente a los partidos burgueses liberales y frente a las
fuerzas comunistas combativas y revolucionarias; pero pudo más en esa situación
el resentimiento terrible del pueblo alemán por las condiciones leoninas
establecidas por los vencedores. Y así es como llega Hitler al poder. Este, en
un libro que escribió, había declarado desenfadadamente su propósito de buscar
espacio vital en el territorio de la URSS para la raza alemana, a costa de los
rusos, a su juicio raza inferior. Todo eso estaba escrito, y el movimiento
comunista se educó en ideas y conceptos muy claros contra el nazifascismo.
En
nuestro país, después de tantos revolucionarios caídos, siendo los comunistas
los más conscientes, los mejores militantes, la gente más honrada, el partido
marxista-leninista fue conducido, sin embargo, a aquella alianza con Batista,
que tanto reprimió a los estudiantes y al pueblo en general. Los jóvenes eran
muy reacios a su poder; los obreros, que veían sus intereses defendidos
continuamente por los dirigentes comunistas, eran firmes y leales al Partido;
pero en la juventud y en amplios sectores populares había mucho rechazo
justificado a Batista.
Pienso
que la experiencia del primer Estado socialista, Estado que debió arreglarse y
nunca destruirse, ha sido muy amarga. No crean que no hemos pensado muchas
veces en ese fenómeno increíble mediante el cual una de las más poderosas
potencias del mundo, que había logrado equiparar su fuerza con la otra
superpotencia, un país que pagó con la vida de más de 20 millones de ciudadanos
la lucha contra el fascismo, un país que aplastó al fascismo, se derrumbara
como se derrumbó.
¿Es
que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden
hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres,
puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía
añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso
revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (Exclamaciones de: “¡No!”)
¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?
¿Conocían
todas estas desigualdades de las que estoy hablando? ¿Conocían ciertos hábitos
generalizados? ¿Conocían que algunos ganaban en el mes cuarenta o cincuenta
veces lo que gana uno de esos médicos que está allá en las montañas de
Guatemala, miembro del contingente “Henry Reeve”? Puede estar en otros lugares
distantes de Africa, o estar a miles de metros de altura, en las cordilleras
del Himalaya salvando vidas y gana el 5%, el 10%, de lo que gana un ladronzuelo
de estos que vende gasolina a los nuevos ricos, que desvía recursos de los
puertos en camiones y por toneladas, que roba en las tiendas en divisa, que
roba en un hotel cinco estrellas, a lo mejor cambiando la botellita de ron por
una que se buscó, la pone en lugar de la otra y recauda todas las divisas con
las que vendió los tragos que pueden salir de una botella de un ron, más o
menos bueno.
¿Cuántas
formas de robo hay en este país? ¿Por qué en los estados de opinión leo todos
los días que muchos preguntan cuándo van los muchachos para las tiendas en
divisa, cuándo van para las farmacias, cuándo van para aquí y para allá? Se han
llenado de admiración y simpatía esos jóvenes trabajadores sociales de origen
muy humilde, y muy bien preparados.
Miré
aquellos rostros, como puedo mirar estos, y los rostros dicen más que cualquier
artículo, dicen más que cualquier libro, dicen más que cualquier cliché.
Ustedes conocen muy bien que desde que esta civilización existe, desde que la
propiedad privada existe, surgió también la diferencia de clases y que el mundo
ha conocido solo la sociedad de clases, lo demás es prehistórico.
¿Y
cómo puedo saber que ustedes proceden de sectores humildes? Ninguno de ustedes
llegó a la universidad porque fuera hijo de un propietario de importantes
extensiones de tierra.
Aquí
estamos nosotros, me han hecho el honor de situarme aquí. ¿Quién de ustedes
tiene por padre a alguien que posea 1 000 hectáreas, o que domine sobre
10 000 hectáreas? No le voy a preguntar a cada uno de ustedes, a mí me
basta verlos, si acaso es hijo de algún profesional, algunos de capas medias.
Ustedes aplaudieron muy bien porque yo sé de dónde ustedes vienen, y ustedes
saben que hoy no hay quién corte caña. ¿Y quiénes la cortaban?
También
se puede explicar por qué no cortamos caña hoy, no hay quien la corte y las
pesadas máquinas destruyen los cañaverales. Los abusos del mundo desarrollado y
los subsidios condujeron a precios del azúcar que eran, en ese mercado mundial,
el precio del basurero del azúcar, mientras que en Europa pagaban dos o tres
veces más a sus agricultores.
Cuando
la URSS nos pagaba nuestro azúcar a 27 ó 28 centavos y la pagaba con petróleo,
le costaba menos el azúcar pagada con petróleo que el azúcar de remolacha
producida casi artesanalmente en los campos de la URSS, un país en el que la
economía crecía extensivamente, no intensivamente y, por tanto, nunca alcanzaba
la fuerza de trabajo, la remolacha azucarera ocupaba a mucha gente.
Pero
vamos llegando —yo he llegado, y hace mucho tiempo— a plantearnos esta
pregunta, frente a ese superpoderoso imperio que nos acecha, nos amenaza, tiene
planes de transición y planes militares de acción, en determinado momento
histórico.
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